viernes, 4 de marzo de 2011

jueves 03 Marzo 2011

Jueves de la VIII Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Marcos 10,46-52.

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! El te llama". Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

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Todos somos Bartimeo. O deberíamos serlo. Todos somos ciegos. Todos deberíamos querer ver. Querer verte a Tí, mi Señor, poder seguir tus pasos. ¿Cómo seguir tus pasos en la oscuridad, si Tú eres Luz? Ése es el primer paso: reconocermos ciegos. Ciegos al amor, a la solidaridad, a la fraternidad, a la entrega completa, a la humildad, a la obediencia y a la libertad del amor. El segundo paso es llamar a Jesús y rogarle mediante la oración que podamos ver. Con una oración insistente, perseverante. No desfallecer. Y las cosas del mundo querrán silenciar nuestra oración, acallarla, nos tratarán de distraer. Entonces, el tercer paso es "gritar más fuerte": "Señor, quiero ver". O sea, orar con más ahínco, entregando más tiempo a la oración, que surja de los más profundo de nuestro alma. El grito que sale de lo más profundo de nuestro corazón acalla todos los demás ruidos y palabras. Y entonces, vendrá la respuesta del Señor: "Llámenlo". El Señor nos llama. Dios, el Todopoderoso, el Omnipotente, la Palabra única, el Origen de todo y hacia donde todo va, nos llama, nos espera. Detiene su andar para oírnos, para recibirnos, para atendernos. Y vendrá el cuarto paso, levantarse e ir corriendo a su encuentro. No es sólo levantarse: es ponerse de pie de un salto. Es el "sí" inmediato, sin tardanza, con alegría, con el apuro del enamorado que quiere encontrarse con su amada. Y soltar el "manto": soltar lo que nos sujeta a sete mundo y nos separa de Él, lo que nos pesa y nos impide correr tras el Señor: nuestros pecados, nuestras debilidades. La prioridad es Él. El tiempo es hoy. El quinto paso será, ya frente a Él, y frente al mundo, hacer definitivamente nuestra elección por Él: hacer nuestra profesión de fe. Y el Señor, por nuestra fe, que de Él viene como don, y a ella respondemos, nos dará la vista, nuestra salvación: el camino hacia la eternidad. Y entonces vendrá el sexto y último paso, el definitivo: comenzar a seguirlo por el camino.
Señor, que vea. Y que cuando no pueda ver, crea. Y habiendo creído y visto, te siga, por siempre, hasta los Cielos Nuevos y las Tierras Nuevas. Amén.


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