jueves, 28 de abril de 2011

miércoles 27 Abril 2011

Miércoles de la Octava de Pascua

Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

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Lo reconocieron al partir el pan. Te reconocemos, Señor, en las Escrituras. Te reconocemos, Señor, en tu Iglesia. Te reconocemos, Señor, en el hermano, sobre todo en los pobres y desvalidos. Te reconocemos, Señor, en los sacramentos. Te reconocemos, Señor, en la oración. Pero sobre tod reconocemos Tu Presencia en la Eucaristía. Oh, Pan de los hambrientos, de los que tienen sed, de los que están solos y necesitan consuelo. Oh, Pan Sublime, que fortaleces el alma y levantas nuestro espíritu. Oh, Manjar de manjares, Dulzor incomparable, Caricia de nuestro templo interno. Oh, Señor Jesús Eucaristía, que tu Presencia en el Pan nunca me falte. Que la necesidad de recibirte nunca desmaye. Que la alegría de tenerte nunca me abandone. Que la esperanza que me engendras nunca se evapore. Que me transforme en Tí cada vez que te reciba y que cada vez que te reciba tenga más ansias de tenerte. Oh, Jesús Sacramentado, Hostia Sagrada, Santísimo encarnado, que en algo tan simple y pequeño como un pan, a nosotros te entregas, que aprendas de Tí, de tu simpleza, humidad, pequeñez y pobreza, para entregarnos como pan nosotros también a los hermanos. Así sea.

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