miércoles, 13 de abril de 2011

lunes 11 Abril 2011


Lunes de la V Semana de Cuaresma


Evangelio según San Juan 8,1-11.


Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

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Se inclina, primero y hace oídos sordos a los acusadores. Mira al suelo y escribe. ¿Qué escribías, mi Señor? Dicen que los pecados de los que acusaban.. Creo que además nos enseñas el primer paso ante las acusaciones: oírlas sin emitir palabra, silencio. Frente a la violencia de una acusación, aunque sea cierta, escuchar y discernir el camino de la justicia.

Se endereza. Se da el dictamen. Ante los acusadores que gritan, las palabras serenas y la paciencia, el juicio inapelable. La balanza debe equilibrarse. ¿Cómo acusar poniéndome en la postura del juez? El juez debe ser puro, sabio, justo, prudente, temperado. El Juez de nuestras acciones, pensamientos y sentimientos sólo puede ser Dios. Y se endereza, porque es Dios y Él puede ser Juez y lo es verdaderamente. Y el Juez ve a los ojos a los acusados.

Vuelve a inclinarse. Se hace pequeño. Desaparece. Para que los hombres sean juzgados por su propia conciencia, ya no por su presencia. El Juez es humilde aún cuando sabe que Él tiene la Verdad. No les enrostra en su cara sus pecados ni los mira con soberbia. Ése es un juez simplemente humano. Pero no Cristo. Cristo es perfecto. Muestra el pecado pero no señala al pecador, porque lo ama.

Todos se van. Entonces, se endereza por última vez, y mira de frente a la mujer acusada. Se incorpora, pone todo su cuerpo magnífico, esbelto, frente a la que cayó en desgracia. La mira a los ojos, no teme mirarla, no lo avergüenza hacerlo: a ella también la ama. La acusada, seguramente, estaría paralizada aún por el miedo. Él lo sabía. Pero lo que ella no sabía era que Jesús no la condenaba. Y allí, en ese momento, Jesús le regaló algo más de su amor: le regaló su libertad. Pero no la libertad de ir y venir a donde le plazca, porque esa se la dieron sus acusadores. Le dió la libertad de librarse del pecado, le dió la libertad del alma: "No peques más". ¡Qué felices los cielos y la tierra en ese día! ¡Y qué feliz la mujer que recibió el perdón que libera del mismo Cristo en persona! Ojalá busquemos siempre esa felicidad nosotros también y recordemos siempre que los sacerdotes, en el momento de la Reconciliación, son el mismo Cristo perdonándonos. Amén

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